2.12.08
3.5.08
All so tiny
U sat down, lights off, pop corn there, at hand.
Silent.
A guy in the screen connects days "by a certain piety", or so he says.
Is true.
He contains all pain and hope, contains my thoughts and many futures.
Universe.
(Never a poem)
I came with a certain face in my mind, the face turned tiny, insignificant, a close-to-nothing something.
A beautiful close-to-nothing something.
Tiny, still.
Certainty of a whole, which runs in my vains, allows me to feel the street in my feet, makes me smile at others.
Words.
Tiny beautiful thing.
(Beer)
20.9.07
El Cielo Dividido...
De entre todas las posibles historias narrables Julián Hernández volvió a tomar un cliché, no se trata sólo del tema homosexual, también de la forma y fondo. Hace unos años sorprendió (?) a muchos con su primer largometraje “Mil nubes de paz cercan el cielo…” (puntos suspensivos por que el título es tan largo como la película), en esta primer entrega nos habla de un joven que busca amor, ese que encontró y tuvo por poco tiempo y que lo dejó incompleto. Ahora en “El Cielo Dividido”, nos narra la historia de un amor tan común que sobra el tiempo para descubrir a dónde llevará la trama; Gerardo es un joven que vive enamorado de Jonas, quien dice amarlo también. Su relación no pasa del lugar común, la película no pasa del lugar común. Por casi una hora vemos la misma rutina: saludos, abrazos, besos, sexo…y así, tal vez para marcar y remarcar que se querían.
La película sigue su curso y vemos como la pareja comienza a estar en conflicto (vamos, ninguna historia de amor estaría completa sin esos momentos duros en que el espectador debe sorprenderse y tomar partido por alguno de los involucrados), así que aquí Jonas es quien da la pauta para que la relación termine, sus deseos, esos que todos tenemos, comienzan a buscar otras fuentes, otros lugares donde ser descargados. Y de pronto aparece Sergio, un eterno enamorado de Gerardo, que le da pie a creer que el amor, ese que creyó encontrar en Jonas, es posible. Lo demás es ya predecible…
La historia es un cliché, por supuesto; pero, y aquí seguramente el Sr. Merino no estará de acuerdo, no es tan mala aunque si muy vista, en cine y en cotidianeidad. Y ahí radica su mayor pecado, no encontré la necesidad de narrar esta historia, la justifico por su mensaje final, todos tenemos fascinación por liberar nuestros demonios de alguna manera, y el señor Hernández escogió esta película para liberar los suyos. Así pues “El Cielo Dividido”, con sus 144 minutos de duración, se queda corta, ¡qué ironía!.
19.9.07
Otro paréntesis
31.8.07
El Extraño Retorno
Regresemos ahí.
8.5.07
Estupor y Temblores
Lo reconozco, no tengo nada de japonés. Lo mío no son los dobleces del cuerpo, sino de la personalidad, extrema en ambos lados de la cara que se ve de una hoja dobladísima, intensa en el silencio de las caras de la hoja que se guardan dentro. Mexicano, adjetivo insignificante y rígido. No tengo capacidad de darle contenidos, porque sonarán a grito decrépito de mariachi garibaldeño, a porra americanista (horror de horrores), a llanto discreto de madre en la cocina. Baste decir al margen que no somos un pueblo de contemplaciones y formas, hemos establecido (y en eso yo no tengo otra parte que no sea la de actor de memoria) un diálogo entre acto y facto. La cercanía que abraza y la cercanía que golpea. Sumisos y violentos, a sus horas. Somos pues un grito que asusta sobre un silencio interminable. Somos también un adjetivo cerebral, definidos en la mezcla, ese mestizaje que tan bien arropa y no admite puritanismos (irónicamente, tampoco cuestionamientos). Nada menos japonés.
Es un chiste. Y es que no se puede describir la obra (vaya palabrita) de Amélie Nothomb Estupor y Temblores y su versión cinematográfica a cargo de Alain Corneau (sí, el de Todas las Mañanas del Mundo) sin recurrir al yo y al chiste. Hablaré del libro, porque extrañanamente la película es fiel como pocas al texto original.
Contemplación evasiva. Ya Fubuki, ya Elena, la de Nothomb es la admiración más ególatra de la belleza, por tanto erótica, no amorosa. “El erotismo es sexualidad transfigurada: metáfora” nos advierte Paz, el erotismo es objetivación simultánea del cuerpo y sus deseos, no es amor porque lo mueve un objeto, no un sujeto, el erotismo no admite diálogos afectivos, sino monólogos temblorosos. “El amor es elección, el erotismo aceptación”. El inicio de ambos: la belleza. Amélie acepta (rebelde) la existencia de la belleza, ya la explica, ya la vive. El sabotaje amoroso de quien encuentra en la explicación del dolor la redención de un erotismo extenuante. Estupor y temblores que, mitad simulación, mitad inevitabilidad, responden apropiadamente a la belleza y su autoridad.
Está pues el objeto, están los ojos, y entre ellos, la mirada. Mirada concreta, específica, biográfica (por no decir histórica). La belleza es indiscutible y no obstante diversa. ¿Podemos decir que no existe una belleza mexicana, sino más bien una forma mexicana de contemplarla? Esto no es otra cosa que una forma de leer, aprender a contemplar. Olivier Rolin en Paisajes Originarios nos propone esto (de forma odiosa), identificar la sobrevivencia del origen de los escritores en su escritura. Elige, muy francesamente, 5 autores nacidos en 1899 en 5 ciudades distintas: Hemingway en Oak Park, suburbio de Chicago y sus vivencias de verano en Michigan, Nabokov y San Petersburgo, Kawabata en Ibaragi suburbio de Osaka que es suburbio de Tokio, Michaux en Bruselas, por tanto francés; y el Borges de Palermo más que Buenos Aires. Es una trampa. La escritura no se circunscribe al mapa, pero el mapa define los lugares, los objetos, los nombres. No se escribe como argentino, aunque se haga un tango, el efecto consiste en hablar del tango y describirlo con valores apropiados, argentinos. Rolin nos deja en la duda (muy francesamente también).
La excepción en su libro es Kawabata, decir que es japonés es casi decirlo todo: “Kawabata es antes que nada un ojo al que seria injusto llamar ‘frío’, porque lo anima la pasión por la belleza, pero en rigor no deja de ser cierto que su modo de observar los cuerpos tiene algo de objetividad de un satélite observando
Kawabata es excepcional en el texto de Rolin, pero no en la tradición literaria de Japón. La contemplación de la belleza y sus estragos, callados pero visibles, de nuevo, estupor y temblores. Como no recordar el estupor y los temblores de un Mishima adolescente frente a la imagen de San Sebastián, de nuevo la belleza pálida de la muerte que es, lo sabemos, sanguínea.
En Amélie Nothomb la contemplación de la belleza es también trágica, pero no sanguínea. Ella es japonesa por iniciación y por aspiración. Nos dice, De pequeña, la belleza de mi universo japonés me había impactado tanto que todavía me alimentaba con aquella reserva afectiva. Se adivina la aspiración, la belleza existe en mi universo y es una reserva (tiempo) afectiva (apegos). Poderosa. Deja Japón a los 5 años y regresa a los 21. Se responde sola en una entrevista publicada en Reforma el 5 de febrero del 2006, "Luego vino mi ingreso en una compañía japonesa, lo que he contado en Estupor y Temblores, es decir, cómo me vi rechazada por aquel mundo al que yo quería pertenecer a toda costa. Fue triste pero no trágico y, en cualquier caso, he de decir que ellos tenían razón, que yo era belga a pesar de que quería pasar por y sentirme japonesa. Cuestión de formalidades". Un juego diferente de ambivalencias. La occidental que juega a ser japonesa, nos convence, y termina por asumir su occidentalidad. Luego, la adulta que juega ser niña que juega a ser adulta, nos convence, y termina apresurada por recordarnos que es, tristemente, adulta (¡y occidental!).
La belleza tiene fondo: la nieve. En Kawabata es una blancura hecha para la sangre, flujo de vida, bailarina de muerte. En Nothomb es belleza pura, objetiva y es, esas ironías, papel dispuesto a las palabras que la describirán. Fubuki significa ‘tempestad de nieve’. Fubuki es hermosa, implacable, seca, no era ni diablo ni dios: era japonesa. Y con eso alcanza. Japón es un país que sabe lo que significa ‘volverse loco’. Fubuki existe precisa en un solo piso en un solo año, cruce exacto de materia, tiempo y espacio, ¿qué otra cosa? Imposible pensarla en un espacio abierto. Nothomb nos engaña y hay que agradecérselo. Nos entretiene en su tedio, ya los dedos engarrotados sobre la calculadora (instrumento carente de belleza pero lleno de misterios), ya las manos ocupadas en el retrete y los rollos de papel sanitario, ya los ojos que contemplan un cuerpo caer al vacío repetidamente. Nothomb contempla y eso la pone al margen no sólo del objeto erótico, sino de sus deseos. Nada menos japonés que el sabotaje, nada más japonés que el auto-sabotaje, sobre todo, el amoroso. Bien vale una carcajada desnuda y a solas, dormir arropados en la basura o jugar a la reproducción con una computadora.
Nothomb es una voz conocida. Un yo familiar, sin ser propio. Misionera en sus años, regresa, viene, se escucha, se ignora. Autohipnótica. “Cuando hube vaciado mi sed de defenestración, abandoné el edificio Yumimoto”. Simple, el mundo es mis deseos, los estupores y los temblores me los ofrendo yo y sin rubor. Autohipnótica y en el auto nos involucra risueña. Será la edad, será el desencanto, será la modernidad que no termina de morir y no permite que se le agregue un post previo. Nothomb no es la más oriental de los escritores occidentales, es la más occidental de los escritores japoneses.
27.4.07
Un día que es la hostia
¡Como el cine! Colección repetida de dos. El que dice y el que otorga. El que escribió y el que escucha. El que quizo y el que al final, desde el asiento pasivo, pudo. Es también una paradoja (o una U invertida, o un punto de inflexión donde toda pendiente toca al cero), porque no hay otra forma de vivir al cine que a solas. Dije vivir.
No, no hay una película en concreto, aunque recién vi dos: Little Miss Sunshine y Princesas. La primera que anuncia el triunfo inevitable del optimismo, la puesta en escena de los mejores deseos, la comunión que da el paso a las individualidades, y esas mismas individualidades, de manos abiertas, carentes, redondas, que dan el paso, a ciegas, a la comunión. La familia, el epicentro de los desamparados. La sonrisa, la redención de los silencios.
La segunda, una proclama a los sentidos. ¡Porqué se siente carajo! (¿Por qué se siente carajo?). Afirmación de lo que no parecemos ser. Una princesa que se marea por la vuelta del mundo, ¡Porqué así de sensible es! Enferma lejos del reino, vulnerada por un grano de arroz debajo de cien colchones, así de delgada la piel. Por que se sabe, uno es del tamaño de sus deseos. No, no las ilusiones, no la alegría que se extraña ya antes de sentirla, no los ojitos abiertos como preguntas. Los deseos que se reconocen en el cuerpo, entre ellos. El derecho elemental a la debilidad.
Y sí, que uno se repite, se imprime incansable en los días. Y lo peor, que uno se repite en las películas. Esas dos, dejan una deuda, en la historia, en los síntomas, en los modos, pero dejan también aguijoncitos que interrogan y se buscan solos sus respuestas. Qué el cine es también comunicación, se me olvida. Que no todo se cierra en una esfera repleta y exacta de significados y artificios estéticos. Que se vale resbalarse y permitirse un 'lugar común', porque seguramente es ahí en el que se encontrarán varios sentidos, y nos encontraremos avergonzados varios de nosotros, un punto focal para quienes aún ansiamos la palabra dócil, la mano en la mano, la validación de lo ordinario. Un día de la hostia.