Pues eso, que hay días que se van breves, ni negros ni amarillos, de un café rotundo, ya comfort, ya deudas. Que no, que no cabe la tristeza, ni la palabra que juega a decir. Cabe, eso sí, esto, que es palabra que no juega a nada, que se planta soberbia sobre la pantalla y no hay pudor que la quite. Palabra sola, andarina, que es mitad andar y mitad bailar. Como los tangos. Esos, que necesitan dos, porque así pasa con toda versión estética del placer.
¡Como el cine! Colección repetida de dos. El que dice y el que otorga. El que escribió y el que escucha. El que quizo y el que al final, desde el asiento pasivo, pudo. Es también una paradoja (o una U invertida, o un punto de inflexión donde toda pendiente toca al cero), porque no hay otra forma de vivir al cine que a solas. Dije vivir.
No, no hay una película en concreto, aunque recién vi dos: Little Miss Sunshine y Princesas. La primera que anuncia el triunfo inevitable del optimismo, la puesta en escena de los mejores deseos, la comunión que da el paso a las individualidades, y esas mismas individualidades, de manos abiertas, carentes, redondas, que dan el paso, a ciegas, a la comunión. La familia, el epicentro de los desamparados. La sonrisa, la redención de los silencios.
La segunda, una proclama a los sentidos. ¡Porqué se siente carajo! (¿Por qué se siente carajo?). Afirmación de lo que no parecemos ser. Una princesa que se marea por la vuelta del mundo, ¡Porqué así de sensible es! Enferma lejos del reino, vulnerada por un grano de arroz debajo de cien colchones, así de delgada la piel. Por que se sabe, uno es del tamaño de sus deseos. No, no las ilusiones, no la alegría que se extraña ya antes de sentirla, no los ojitos abiertos como preguntas. Los deseos que se reconocen en el cuerpo, entre ellos. El derecho elemental a la debilidad.
Y sí, que uno se repite, se imprime incansable en los días. Y lo peor, que uno se repite en las películas. Esas dos, dejan una deuda, en la historia, en los síntomas, en los modos, pero dejan también aguijoncitos que interrogan y se buscan solos sus respuestas. Qué el cine es también comunicación, se me olvida. Que no todo se cierra en una esfera repleta y exacta de significados y artificios estéticos. Que se vale resbalarse y permitirse un 'lugar común', porque seguramente es ahí en el que se encontrarán varios sentidos, y nos encontraremos avergonzados varios de nosotros, un punto focal para quienes aún ansiamos la palabra dócil, la mano en la mano, la validación de lo ordinario. Un día de la hostia.
¡Como el cine! Colección repetida de dos. El que dice y el que otorga. El que escribió y el que escucha. El que quizo y el que al final, desde el asiento pasivo, pudo. Es también una paradoja (o una U invertida, o un punto de inflexión donde toda pendiente toca al cero), porque no hay otra forma de vivir al cine que a solas. Dije vivir.
No, no hay una película en concreto, aunque recién vi dos: Little Miss Sunshine y Princesas. La primera que anuncia el triunfo inevitable del optimismo, la puesta en escena de los mejores deseos, la comunión que da el paso a las individualidades, y esas mismas individualidades, de manos abiertas, carentes, redondas, que dan el paso, a ciegas, a la comunión. La familia, el epicentro de los desamparados. La sonrisa, la redención de los silencios.
La segunda, una proclama a los sentidos. ¡Porqué se siente carajo! (¿Por qué se siente carajo?). Afirmación de lo que no parecemos ser. Una princesa que se marea por la vuelta del mundo, ¡Porqué así de sensible es! Enferma lejos del reino, vulnerada por un grano de arroz debajo de cien colchones, así de delgada la piel. Por que se sabe, uno es del tamaño de sus deseos. No, no las ilusiones, no la alegría que se extraña ya antes de sentirla, no los ojitos abiertos como preguntas. Los deseos que se reconocen en el cuerpo, entre ellos. El derecho elemental a la debilidad.
Y sí, que uno se repite, se imprime incansable en los días. Y lo peor, que uno se repite en las películas. Esas dos, dejan una deuda, en la historia, en los síntomas, en los modos, pero dejan también aguijoncitos que interrogan y se buscan solos sus respuestas. Qué el cine es también comunicación, se me olvida. Que no todo se cierra en una esfera repleta y exacta de significados y artificios estéticos. Que se vale resbalarse y permitirse un 'lugar común', porque seguramente es ahí en el que se encontrarán varios sentidos, y nos encontraremos avergonzados varios de nosotros, un punto focal para quienes aún ansiamos la palabra dócil, la mano en la mano, la validación de lo ordinario. Un día de la hostia.