"When God made the first clay model of a human being, he painted the eyes, the lips, and the sex. And then He painted in each person's name lest the person should ever forget it. If God approved of His creation, he breathed the painted clay-model into life by signing His own name."
La infancia es recolección de afectos y resentimientos, a cuya devoción o solución dedicamos la adultez. No es verdad, pero suena y resuena. Greenaway se dedica a hacer poemas, luego, burlón, los pinta, los filma y nos deja húmedos por encima y resequitos por dentro. Y no me río, ni me dejo ir, ni creo que mañana será un infierno.
The Pillow Book es una mentira, maravillosa. Miente al hacer de la vida una consecución de la memoria. Miente al hacer del destino el provisor de las devociones y soluciones de aquella recolección infante. Miente al hacer del amor algo que gana al ser filmado. Miente mil y dos veces. Me deja, cierto, convencido de las bondadosas posibilidades humanas de la mentira.
Me deja, también, convencido de la necesidad de listar y esconder emociones. Tradición japonesísima, guardar en las formas toda posibilidad de sudores, atesorar en los silencios toda forma de emoción. Somos occidentales hasta la lengua, para nosotros el amor va de 'abismarse' a 'verdad' (i.e. Roland Barthes). El amor como algo que existe sólo al ser dicho y puede, no obstante, ser fragmentado y armado. El enamorado que huye, intriga, se arrebata, lo dice, y muere mil y dos veces en silencio: "[...] el tributo que el enamorado debe pagar al mundo para reconciliarse con él".
El amor es ordinario, pero listísimo: nos conecta con el universo y la historia para hacernos saber con certeza lo individualizante de sentir. Es también cruel y obseno: "pone lo sentimental en el lugar de lo sexual" Hace de la genitalidad una continuación de las emociones, y lo que es peor, de los pensamientos (y sus hijitas bastardas: las obsesiones). El amor merece cuerpos. Merece también ser aniquilado y resucitado minuto a minuto.
The Pillow Book nos lleva a esas conclusiones pero lo hace con una pregunta, no con un teorema. El librero que sodomiza al padre y al amante. La venganza como forma de validar el amor (por otros). El dolor de un libro que se niega a concluir. La piel que no es, no puede ser, otra cosa que papel.
Un poema nunca responde, expresa.
No hay amor ahí donde no hay una interpretación del erotismo, y claro, no hay erotismo ahí donde no hay un sexo que desnude y exija de inmediato ser cubierto por las ropas de la cultura, los deseos, la individualidades, la pulsión de sublimar y describir: "El fuego original y primordial, la sexualidad levanta la llama roja del erotismo y ésta, a su vez, sostiene y alza la otra llama, azul y trémole: la del amor." (Octavio Paz).
El sexo existe, casi sin nosotros. El erotismo es su metáfora. El amor es su larguísimo poema. El dolor es la desconexión entre los tres. La búsqueda de cuerpos que reciban y amen y se disfracen. La ironía de un amor que se ha llenado tanto de sentidos que ha terminado por no sentir la pulsión original, una derivación del instinto que se ha cuajado en el texto. Sí, el texto que Nagiko (Vivian Wu) escribe necia sobre la piel, suya y de otros, porque se sabe una creación imperfecta de Dios, y peor aún, adivina la misma imperfección en los otros, los amados. Sólo el monstruoso librero se salva del juicio por ser él la imperfección perfecta, la mordacidad de los deseos a valor del mercado, la puerilidad de una verga que no llega a ser ni metáfora ni poema: sólo sexo.
Greenaway es platónico en el peor de los sentidos, para él el amor no es una relación, "es una aventura solitaria" (de nuevo Paz). La evidencia de una frontera intangible e insalvable entre cuerpo y alma. De nuevo Occidente y sus demonios fundadores. El amor, el nuestro, el de la modernidad, se ausentó en el cuerpo y en la firmeza perdió soltura, lo desnudamos de posibilidades, es hoy no una canción, sino un himno (por tanto autoritario), que en el cultivo narciso, irónicamente, sacrifica toda individualidad, me amo porque me parezco a los otros, que son objetos de una misma mirada, ¡un asco!
Polvo somos, "Más polvo enamorado" (Don Francisco de Quevedo) El amor nos salva de la carne, y pide, ¡pobre!, regresar a ella, no otra se vuelve su búsqueda. Libertad que nos alza y nos lanza. La libertad de entregarla a alguien para que haga con ella un cucurucho. La libertad, que no puede ser otra cosa que la elección individual y autónoma de su pérdida. Nagiko de cuerpo entero, dispuesto a su muerte (textual). El pudor es la verdadera pornografía.
No hay ni amarguras ni juicios. The Pillow Book es una bofetada, y lo que hay aquí, lo que se alcanza a ver, es la mano que se soba torpe y los ojitos que quieren explicarse a un tiempo el dolor en la mejilla, la mano que la castigó, y los ojitos de Greenaway (maestro de la bofetada sonora).
Tendremos entonces que volver a la fuente original. Greenaway leé (como Borges y otros tantos) con cuidado a Sei Shonagon, primerísima novelista que encuentra en el mundo algo que merece ser listado, descrito y ocultado, sí, bajo la almohada. Capítulos que hablan solitos: Cosas que ganan al ser pintadas; cosas que pierden al ser pintadas; cosas que desagradan; cosas que hacen latir deprisa el corazón; cosas que despiertan una querida memoria del pasado; cosas elegantes, y un larguísimo etcétera (largo como las cosas que merecen ser descritas).
Escribe Shonagon (seguramente a solas y de memoria): "La vista de un amante es la cosa más deleitable del mundo" Encuentro redondo del sexo, el erotismo y el amor. Invitación a la imagen y el texto, a filmar su encuentro y sus desencuentros. Shonagon pone a la belleza en nuestras piernas, Greenaway la nombra, encuentra en ella lo único que merece ser contado (como Amèlie Nothomb) y el sabor amargo al final de la boca (como Arthur Rimbaud).
Es que Greenaway lo sabe, queremos unir pulsiones y utopías en un sólo sitio, queremos hacer de los cuerpos un papel que se cubra de palabras amorosas sin renunciar a ser eso: ¡un cuerpo!. Queremos hacer del amor placer, un eterno sabotaje y claro, una temporada en el infierno.
The Pillow Book es una mentira, maravillosa. Miente al hacer de la vida una consecución de la memoria. Miente al hacer del destino el provisor de las devociones y soluciones de aquella recolección infante. Miente al hacer del amor algo que gana al ser filmado. Miente mil y dos veces. Me deja, cierto, convencido de las bondadosas posibilidades humanas de la mentira.
Me deja, también, convencido de la necesidad de listar y esconder emociones. Tradición japonesísima, guardar en las formas toda posibilidad de sudores, atesorar en los silencios toda forma de emoción. Somos occidentales hasta la lengua, para nosotros el amor va de 'abismarse' a 'verdad' (i.e. Roland Barthes). El amor como algo que existe sólo al ser dicho y puede, no obstante, ser fragmentado y armado. El enamorado que huye, intriga, se arrebata, lo dice, y muere mil y dos veces en silencio: "[...] el tributo que el enamorado debe pagar al mundo para reconciliarse con él".
El amor es ordinario, pero listísimo: nos conecta con el universo y la historia para hacernos saber con certeza lo individualizante de sentir. Es también cruel y obseno: "pone lo sentimental en el lugar de lo sexual" Hace de la genitalidad una continuación de las emociones, y lo que es peor, de los pensamientos (y sus hijitas bastardas: las obsesiones). El amor merece cuerpos. Merece también ser aniquilado y resucitado minuto a minuto.
The Pillow Book nos lleva a esas conclusiones pero lo hace con una pregunta, no con un teorema. El librero que sodomiza al padre y al amante. La venganza como forma de validar el amor (por otros). El dolor de un libro que se niega a concluir. La piel que no es, no puede ser, otra cosa que papel.
Un poema nunca responde, expresa.
No hay amor ahí donde no hay una interpretación del erotismo, y claro, no hay erotismo ahí donde no hay un sexo que desnude y exija de inmediato ser cubierto por las ropas de la cultura, los deseos, la individualidades, la pulsión de sublimar y describir: "El fuego original y primordial, la sexualidad levanta la llama roja del erotismo y ésta, a su vez, sostiene y alza la otra llama, azul y trémole: la del amor." (Octavio Paz).
El sexo existe, casi sin nosotros. El erotismo es su metáfora. El amor es su larguísimo poema. El dolor es la desconexión entre los tres. La búsqueda de cuerpos que reciban y amen y se disfracen. La ironía de un amor que se ha llenado tanto de sentidos que ha terminado por no sentir la pulsión original, una derivación del instinto que se ha cuajado en el texto. Sí, el texto que Nagiko (Vivian Wu) escribe necia sobre la piel, suya y de otros, porque se sabe una creación imperfecta de Dios, y peor aún, adivina la misma imperfección en los otros, los amados. Sólo el monstruoso librero se salva del juicio por ser él la imperfección perfecta, la mordacidad de los deseos a valor del mercado, la puerilidad de una verga que no llega a ser ni metáfora ni poema: sólo sexo.
Greenaway es platónico en el peor de los sentidos, para él el amor no es una relación, "es una aventura solitaria" (de nuevo Paz). La evidencia de una frontera intangible e insalvable entre cuerpo y alma. De nuevo Occidente y sus demonios fundadores. El amor, el nuestro, el de la modernidad, se ausentó en el cuerpo y en la firmeza perdió soltura, lo desnudamos de posibilidades, es hoy no una canción, sino un himno (por tanto autoritario), que en el cultivo narciso, irónicamente, sacrifica toda individualidad, me amo porque me parezco a los otros, que son objetos de una misma mirada, ¡un asco!
Polvo somos, "Más polvo enamorado" (Don Francisco de Quevedo) El amor nos salva de la carne, y pide, ¡pobre!, regresar a ella, no otra se vuelve su búsqueda. Libertad que nos alza y nos lanza. La libertad de entregarla a alguien para que haga con ella un cucurucho. La libertad, que no puede ser otra cosa que la elección individual y autónoma de su pérdida. Nagiko de cuerpo entero, dispuesto a su muerte (textual). El pudor es la verdadera pornografía.
No hay ni amarguras ni juicios. The Pillow Book es una bofetada, y lo que hay aquí, lo que se alcanza a ver, es la mano que se soba torpe y los ojitos que quieren explicarse a un tiempo el dolor en la mejilla, la mano que la castigó, y los ojitos de Greenaway (maestro de la bofetada sonora).
Tendremos entonces que volver a la fuente original. Greenaway leé (como Borges y otros tantos) con cuidado a Sei Shonagon, primerísima novelista que encuentra en el mundo algo que merece ser listado, descrito y ocultado, sí, bajo la almohada. Capítulos que hablan solitos: Cosas que ganan al ser pintadas; cosas que pierden al ser pintadas; cosas que desagradan; cosas que hacen latir deprisa el corazón; cosas que despiertan una querida memoria del pasado; cosas elegantes, y un larguísimo etcétera (largo como las cosas que merecen ser descritas).
Escribe Shonagon (seguramente a solas y de memoria): "La vista de un amante es la cosa más deleitable del mundo" Encuentro redondo del sexo, el erotismo y el amor. Invitación a la imagen y el texto, a filmar su encuentro y sus desencuentros. Shonagon pone a la belleza en nuestras piernas, Greenaway la nombra, encuentra en ella lo único que merece ser contado (como Amèlie Nothomb) y el sabor amargo al final de la boca (como Arthur Rimbaud).
Es que Greenaway lo sabe, queremos unir pulsiones y utopías en un sólo sitio, queremos hacer de los cuerpos un papel que se cubra de palabras amorosas sin renunciar a ser eso: ¡un cuerpo!. Queremos hacer del amor placer, un eterno sabotaje y claro, una temporada en el infierno.
3 comentarios:
Wow, un post excepcional, hasta roland barthes. yo abandoné a greenaway después del cocinero, el ladrón... no se cual fue la razón, quizás prospero's books, y lo que ví de tulse lupper, un poco tostón.
aunque no dudo de las maravillas de 'the pillow book'.
recuerdo con mucho cariño 'drawning by numbers' y un mediometraje 'm for men, m for mozart' (o algo así)
un trabajo exhaustivo que tendré que volver a leer más detenidamente.
un abrazo.
gracias por pasar por mi blog, espero seguir el contacto, en relacion a tu post, muy bueno, detallado sobre el trabajo de greenaway, the pillow book, me parecio una buena pelicula, la ultima que vi de el fue "the belly of an architect" (el titulo en algo me llega), me dejo con un sabor raro, debo volver a verla.
saludos!!!
Siempre me ha parecido que la obra de Greenaway es el hermoso resultado de una contradicción: querer decir con los recursos del cine, de la mirada, que la mirada es una forma de frustrar la obtencíón del deseo erótico. Detesta al cine y sus recursos narrativos asociados a la novela decimonónica, porque quiere refundar la mirada del cine de acuerdo con su particular comprensión de la luz y el movimiento... Pero es cierto: deseamos y creamos fetiches; queremos poseer, y a este deseo lo revestimos de muchas metáforas que hablan de la inamterialidad del cuerpo, de que la propia piel es la metáfora de un libro, que el olor de la tinta fresca es algo más poderoso que el aroma de un cuerpo tibio recién poseido... Y me gusta esa hermosa contradicción, porque es muy humano querer ir contra los límites de la jaula en que de hecho nos hallamos.... Eso de hacer listas es muy instructivo: "The Pillow Book" y "The Cook, The Thief..." están en la de "obras de Greenaway que se ven con placer, aunque no crea las mentiras que cuentan"; tu blog entra en la de "cosas que leen con placer y que motivan el deseo de tener dos pares de ojos y todo el tiempo libre del mundo, para intentar colocarse en el punto de vista de quien escribe"... Un abrazo, hasta que se nos pase el dolor de la cachetada y la piel ya no esté rojita
Publicar un comentario